lunes, 23 de noviembre de 2009

Entre comisuras



Entre sus actividades diarias la llamó la jefa de personal en el cuarto piso. La ejecutiva la hizo sentar y con seriedad señaló haber escuchado que ella y el encargado de almacén eran muy buenos “amigos”, así que creyó necesario recordarle la política de la empresa acerca de las relaciones extra profesionales entre empleados: estaban absolutamente prohibidas.


Entre el silencio atento de su parte y una letanía por el otro lado del escritorio, se preguntó como llegó aquello hasta los oídos de la persona más exigente de la organización. No respondió nada ante la advertencia, nada le podían comprobar. Pero el juicio que escuchaba en la frialdad de su voz, era capaz de alterarla. Cuando fue contratada meses antes, aquella mujer le pareció buena persona, y ahora cayó en cuenta que las buenas personas son las que más fácilmente critican lo malo de los demás. La jefa no había aprendido aún, que cuando juzgas duramente a alguien, estás destinado a tarde o temprano ser enjuiciado por algo similar o peor.

Entre la sorpresa y la irritación regresó a su oficina. Eran buenos amigos, claro. ¿Pero, por qué le daban tanta importancia a su felicidad de las 5? El tipo de desconcentración que ahora sufría cuando debía terminar el reporte, seguro era el motivo, por el que se castigaba el afecto entre colaboradores. Por primera vez experimentó las limitaciones a la libertad que muchos atribuían a la empresa.

Entre las 5 y 5:10 acostumbraba ir por un café a la máquina expendedora del piso 2, único momento del día en que solía encontrarse con él, mientras Javier se preparaba un café americano, ella enfriaba un poco su capuccino latté, 4 minutos, donde intercambiaban lo sobresaliente del día o lo que iba a suceder. O que el tenía un amor secreto, que a ella le hubiera gustado ser. Ahora dudó de levantarse y buscar unas monedas. Pero su espíritu rebelde ganó.

Entre guardárselo o confiarle que estaban poniendo su relación entre comillas, bajo por la escalera. Él era la persona más sencilla del planeta, no tenía los artilugios de la gente que utiliza con brillantez el lenguaje, no citaba a ningún personaje famoso, o se refería a las palabras textuales de un libro, llamaba claramente a cada cosa por su nombre, su única relación con las comillas eran las pequeñas líneas que se formaban junto a las comisuras de sus labios cuando sonreía, eran encantadoras. ¿Lo habrían llamado también a él a personal?

Entre la excitación de verlo como siempre y la decepción que sería la última vez en sus cuatro minutos del café, miró de un lado a otro del pasillo, mojo sus labios en su capuccino y alzándose un poco se perdió por unos segundos entre sus comillas. También sabía a café. Sonrió ante su sorpresa, para ella no eran tan sólo amigos después de todo.

Y entre curiosidad y la repentina certeza, le preguntó: La mujer de la empresa con la que sales ¿es la del cuarto del piso?

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