viernes, 25 de diciembre de 2009

La virgen del centro comercial

-No dejes espacios en blanco- le dijo el reclutador cuando le entregó la hoja desde su mostrador.Como todas las solicitudes de empleo ésta tenía algunas preguntas caprichosas sólo de interés morboso para un archivero olvidado. Se sentó en la fila de sillas de espera y sacó una pluma para rellenar el cuestionario.Mientras respondía en automático, pensaba en sus propios espacios, llenos de la noche pasada con ella. Fin de año no era el mejor momento para quedarse sin empleo, pero si aquella era su manera de darle ánimos, podría haber perdido el trabajo con resignación desde hacía mucho tiempo atrás.-Se te pasó una pregunta- le señaló el reclutador después de examinar la solicitud y se la regresó mirándolo con tediosa simpatía. Volvió a su asiento para examinar la forma.“Toca usted algún instrumento musical”, leyó la cuestión pasada por alto. A propósito la había dejado de lado. Sí o no y cuál, insistía. Necesitaba un empleo de temporada en el centro comercial, no aspiraba a tocar en la filarmónica de la ciudad, por qué la necedad.Era una de las pocas frustraciones que tenía en su historia, jamás haber podido dominar algún instrumento a pesar de lo mucho que amara la música. La guitarra, el piano, la flauta, todos apenas un desempeño decoroso, a veces creía que le fallaba la constancia pero decían que era el oído el que no le ayudaba.Ahora su oído regresó a la pasada noche en la sala, al sonido que escuchó de su boca justo después de chocar sus manos cuando ella ponía la última esfera y él acomodaba la estrella en lo alto del arbolito, reconoció en ese primer suspiro que esa era la música con la que él había soñado poder crear.

Era viernes y la virgen del nacimiento del centro comercial había dejado de serlo, miró sus brazos vacíos y al pecoso José. Cómo siempre cada nueva situación que se le presentaba estaba mezclada con una fuerte dosis de dolor y alegría, ahora se sentía rara en su papel divino. Después de todo no la eligieron por su pureza, más bien porque tenía la estructura, el tono de piel y el color de cabello adecuado, nadie le pregunto su historial sexual más allá de si estaba casada o tenía hijos. Había dejado de ser virgen en tantos aspectos que hasta había olvidado que en el lado técnico aún lo era. Pero la noche pasada mientras sacaba los adornos del árbol y lo miraba enredar las luces había regresado a un estado anterior de inocencia, antes de saber lo que era que una amiga le fallara o un chico la traicionara, antes de comprender que la honestidad a veces no servía de nada y entender que por más que deseara algo esto no se podría realizar. Cuando él le preguntó con ternura si le iba pedir un deseo a la estrella que colocaba en lo alto, ella lo miró con detenimiento y pensó que lo amaba que quizá podía volver a creer en alguien. Deseó que él pudiera quererla también. Cuando el le sonrió creyó que su deseo estaba cumplido, así que mirando la estrella brillar en sus ojos, pidió que se realizará el deseo más grande que el hubiera tenido.

Cuando ella se acercó, en su abrazo entendió que estaba hecha a su media, era el sentido para el que se habían creado sus manos, si no es que cada estructura de su cuerpo. La palpó por completó para descifrar de qué se trataba el susurro que subía y bajaba de tono. Recorrió en su espalda los secretos de su respiración, se bebió las palabras que no entendía pero al juntarlas con sus labios se volvían coherentes y acarició en su garganta la sorpresa de sus pieles en contradicción. La tocó hasta perderse en un silencio de anticipación. Al fin respondió que sí a la pregunta de la solicitud, y a la cuestión de cual instrumento, sólo puso un “usted no lo entendería”.

Se supone que no debe moverse, ya falta poco para que cierren las tiendas, pero él le hace señas desde la cerca del portal, su sonrisa le indica que le fue bien en la entrevista y la esperará. La virgen del centro comercial ya no es técnicamente virgen ese viernes, se echa en un brazo parte de su túnica y recorre la distancia que los separa, le da un rápido beso y piensa que se siente bien ser una persona de carne y hueso, que puede llegar a llorar a través ser tan feliz.

jueves, 10 de diciembre de 2009

La equivocación de Jorge

No puedo creer lo que me dijo Jorge. El es mi mejor amigo pero creo que esta equivocado, somos amigos de escuela y de barrio, él es el mas fuerte, siempre me protege, cuando salimos de la escuela generalmente voy a su casa siempre esta su mama, le digo tía de cariño, ella me trata muy bien, a veces me invita a comer. No entiendo por que mi mama tiene que trabajar tanto, tampoco entiendo por que no vive papa en casa.
Mama siempre esta muy atareada con su trabajo y los quehaceres de la casa. El otro día mis hermanos y yo estábamos viendo la tele, era un sábado, día que por lo general mamá hace aseo a conciencia, lavaba la ropa, acomoda cajones, es como un remolino; nos pidió que apagáramos la tele, que le ayudáramos recogiendo juguetes y tender camas, solo oía por respuesta un -ahí voy-. En tono muy enojado nos dijo: bueno ustedes no quieren una madre, quieren una gata, pues bien tendrán su gata.
Entra y sale de la cocina, con una actitud tranquila, nos pregunta usando un tono muy dulce, -¿quieren desayunar?-. Al unisonó decimos -¡si!-. En ese momento no notamos nada, hace unos ricos huevos revueltos, acerca una mesita a cada uno frente a la tele, nos sirve muy amablemente, con mucha extrañeza empezamos a comer, nos va llevando las tortillas calientitas, a uno leche sola, al otro leche con chocolate y al tercero con fresa, como sabe que nos gusta, y pregunta, -¿se les ofrece algo mas?-. Comemos, notando su cambio, tan amable, tan tranquilo, mi hermano le pregunta -¿que tienes mama?-, -Nada mi amor, solo he dejado de ser madre, para ser gata-.
Se va tranquila a recoger juguetes, tender camas, pasa frente a nosotros de aquí para allá, tan tranquila y resignada. Nos miramos unos a otros, pregunta, si quedamos satisfechos y tímidamente decimos que si, recoge los platos los lleva a la cocina, mis hermanos hablan entre si, dan por echo que se acaba de volver loca. Voy a la cocina, saco un cuchillo, me acerco a ella y le digo poniéndome el cuchillo en el pecho -¡vuelves a ser la de antes o me mato!-, voltea lentamente me mira con indiferencia y dice –matate-. Sigue lavando los trastes, para entonces ya estamos los tres llorando, pensando que esta totalmente demente, mi hermano mayor le habla por teléfono a papa, angustiado le dice -¡papa, papa mama se volvió loca!-. Papá pide hablar con ella, mamá le explica, que como no quieren cooperar en el aseo de la casa, tomo esa actitud, por impotencia, cansancio y desesperación. Papá pide hablar con nosotros, nos llevamos es un buen regaño, por no ayudar, nos dice que seamos mejores hijos. El susto provoca, sin decir nada, que uno salga a barrer la calle, otro a sacudir, yo cooperando con los dos. A partir de ahí volvió a ser la mama de antes, cariñosa y regañona.
La navidad se acerca y mamá nos dice que vamos a ir a México a pasarla allá, en casa de mi tía Linda, nos da mucho gusto.
Pensaba poder comprobar lo que me había dicho Jorge, ahora con este viaje no podría, era lo de menos, nos vamos en tren, es la primera vez que viajo en uno, es como un pequeño departamentito con baño y camas que tienden por la noche, muy divertido, mamá se preocupo por llevarnos una grabadora con nuestros cuentos favoritos.
La casa de mi tía Linda, es grande y lujosa, arreglada con un gran árbol, y adornos por donde quiera, veíamos todo con gran admiración.
El 24 es todo un trajín, bañando niños y arreglándose los mayores. Llego la hora de la cena, todo muy formal y elegante, muchos invitados, la familia de mi tía Linda y la del tío Luis, atendidos por meseros, copas y velas en las mesas, me sentía un poco raro pero disfrutamos mucho, de repente se empiezan a oír cascabeles y campanitas, sorprendidos buscamos de donde vienen. El tío Luis dice, -parece que llego Santa-.
Salimos corriendo a ver, era “El” Santa Claus, con un gran costal, nos saluda y empieza a sacar juguetes y mas juguetes para todos los niños que ahí estábamos, a mi me dio unos muñequitos de “G.I. Joe”, a mi primo los muñecos con nave y todo, no importa, me ingenie para hacer de los empaques de los juguetes de ellos una gran nave, al cabo de un rato todos estábamos jugando con mi nave inventada, fue una navidad inolvidable.
Solo deseaba regresar a casa para decirle a Jorge que estaba equivocado.


¡Santa si existe!



martes, 8 de diciembre de 2009

LA ENTREGA

Eran tantos sus deseos de escribir, su cabeza estaba pletòrica de ideas, de recuerdos, habia sabido escuchar tantas cosas, que desbordaba su deseo de contarlas.
Sin embargo sus manos no daban para mas, querían volar sobre el teclado y éste se le resistía. Los puntos y las comas hacían su pura voluntad y se ponían uno tras otro, en lugar de uno sobre el otro como debería ser.
Luchaba con los malditos puntos, a veces eran demasiados, a veces no se presentaban.
Por lo general los puntos finales eran los que parecían no existir.
¿Cómo pasar a sus manos la vida que transparentaban sus ojos? Haber escuchado la había vuelto muy sensible, pero de la manera correcta, no como el maldito teclado también sensible, pero mal, hacía que se equivocara poniendo ocho puntos suspensivos en lugar de sólo tres.
- A ver- le decía en voz alta sentándose frente a el – hoy vas a hacer lo que yo quiera.
Ponía paréntesis donde podían ir comas, no daba espacios donde a ella se le ocurría, el teclado se negaba.
Las historias de sus abuelos pugnaban por salir de ella a través de sus dedos, lo cual la obligó a pensar seriamente como domar aquel teclado rebelde.
Comenzó poco a poco, tecla por tecla, letra por letra con la paciencia adquirida en su trabajo de maestra .
Sufría al mismo tiempo que disfrutaba pensando en los relatos futuros, ya no tendría que almacenarlos en la memoria, sino que ahora estarían ordenados y en blanco y negro para disfrute de otros, no sòlo para si misma.
Un día descubrió que junto con las lágrimas al recordar el relato del matrimonio de su abuela, salían las palabras perfectamente escritas y puntuadas, pensó “ condenada máquina, quiere decir que necesitas mi llanto”.
Pasaron unos meses y ella seguía con su propósito de dar vida a las historias de los abuelos, en esa ocasión tratando de escribir, comenzó a reír a carcajadas por una anécdota que recordaba del abuelo, inmediatamente empezó a pasarla al teclado. . . ni una falta de ortografía, todas las comas correctas, paréntesis acomodados donde debían y pensó: “máquina condenada, quiere decir que necesitas mi risa”.
La vida de los abuelos, la de sus padres, la de sus hermanas , la de sus hijos fueron pasando por todo su cuerpo, temblaba de miedo, reía, lloraba, recordaba fielmente las cosas ocurridas en su familia, sus dedos empezaron a ser ríos de letras vertidas en aquel teclado que la hizo sufrir tanto, siempre de una manera impecable y por fin un día le habló muy seriamente a la máquina: Querida mia, ya lo lograste, te he dado mi llanto, mi risa toda mi vida y la has vuelto prosa, no te dejaré nunca y te pido que tù por favor, no me dejes a mi, ayúdame a seguir siendo escritora por el resto de mi vida.
La computadora pareciò sonreir, el teclado cediò y se entregó para siempre.

viernes, 4 de diciembre de 2009

Compras de Navidad


El regalo que más me costaba elegir era el de mi papá. Ya había pasado por las corbatas, perfumes, carteras, paraguas, bufandas y cajas de herramientas. Este año iba a romper esquemas, tenia ganas de divertirme y porqué no, causar un poco de alboroto en mi aburrida familia, además de vengarme de esa extraña coincidencia de que mi padre, siempre me tocara en el sorteo del amigo invisible familiar.
El escaparate no tenia nada de sórdido, los artículos estaban presentados dentro de gorros de Papá Noel, encima de estrellas doradas o saliendo de cajas de regalos entre esferas navideñas y nieve artificial, la iluminación de un rojo intenso era el único detalle que podía reflejar, que aquel era un escaparate pecaminoso y que podía llevarte directo al infierno. Al entrar sentí la calefacción como un golpe en contraste con el frío del exterior. Me quité los guantes, la bufanda y el abrigo. Se me acercó enseguida un muchacho que supuse era el que atendía. Lo primero que recibí fue su perfume, fino, exquisito, con la cantidad justa para no pasar desapercibido y no molestar, admiro a los hombres que tiene esa medida precisa. Sus ojos se detuvieron en mis labios y antes de incomodarme, los apartó, mientras me decía que el guardaba mi ropa para que estuviera más cómoda.
Le sonreí al entregarle mi ropa de abrigó como hipnotizada, se la llevó a un colgador cercano, con un gesto me indicó que ahí iba a estar segura. Deseaba que fuera él el que me acompañara en mi recorrido por esos mostradores repletos de maquinitas ingeniosas y desconocidas. Y mi deseo, como les ocurre a todas las niñas buenas y más en Navidad, se cumplió. En pocos segundos se acercó ahora para abrir su boca de labios carnosos y decirme que estaba ahí para ayudarme en lo que necesitara, con una sonrisa entre inocente e incitadora, que resultaba irresistible.
La chica que también atendía la sexschop me guiñó un ojo cuando pasé por el mostrador que ocupaba y me dijo que estaba en buenas manos, que Jan conocía todos los artículos y cual podía acomodarse a mis necesidades. Sonreí y miré a Jan, sin poder dejar de fijarme en su pelo, con ganas de tocarlo, olerlo, acercarlo a mi rostro para hundirme en él. Para distraer mi atención y desviar mis pensamientos, le dije que buscaba un regalo para el amigo invisible navideño, y que el destinatario era mi papá.
Por respuesta recibí una amplia carcajada y después un pequeño suspiro que pude advertir como un reflejo de nerviosismo. Pero enseguida retomó su papel de dependiente servicial y experimentado y empezó a abrir una vitrina repleta de frascos, tubos y cajitas. Fue sacando un surtido muy completo de aceites, lubricantes, potenciadores y estimulantes. Mientras los enumeraba y recitaba con gracia, ingredientes, indicaciones y reacciones, sus manos parecían pasearse con toda esa suerte de líquidos primero por mis senos, bajando por mi barriga, penetrando en mi ombligo y deslizándose cuidadosas y diestras hasta llegar a mi pubis. Entonces dejó los líquidos y noté al desplazarme a un mostrador más retirado, que estos habían causado efecto en mi.
Ahora sonreía y jugaba, mientras hablaba con propiedad y una pizca de humor, sobre juguetitos con forma de submarinos, patitos con resortes y pilas, y el clásico anillo vibrador que prendió y colocó con suavidad en su dedo índice. Me guiñó un ojo antes de quitárselo y entonces me dijo, que lo disculpara, que había visto prenderse la luz verde de una cabina y debía atender al usuario. Al pasar junto a mi me rozó con su pelo y casi me tambaleo entre el calor, el olor y la excitación. Me puse a ver el resto de juguetes y artefactos que aún me quedaban por descubrir y en eso sentí un nuevo perfume. La muchacha que me saludó al entrar, fue la que ahora estaba junto a mí, preguntándome si ya estaba decidida. Titubeé un poco y conseguí decirle que esperaría a Jan. Como quieras, fue su respuesta, pero puede tardar, está muy solicitado.
De repente sentí como si todo se desvaneciera, un golpe de realidad con olor a ambientador barato me devolvió a las vísperas de Navidad, en una sexschop ordinaria de barrio periférico, con moqueta gastada. Aquí no iba a encontrar lo que estaba buscando y menos un regalo para mi padre, ¿a qué estaba jugando? Ya estaba mayorcita para andar con fantasías, buscando retos y provocando absurdas reacciones.
Me dirigí al ropero y cuando estaba agarrando la bufanda, sentí su mano en la nuca, acomodándola con cuidado. Me retiró el pelo y luego se paró frente a mí, con mi gorro en sus manos a punto de ponérmelo. Quise quitarle el gorro, me sentía ridícula de repente, pero sus manos tomaron las mías con energía al tiempo que decía, no te asustes, estas cosas a veces ocurren y más en Navidad. Me reí nerviosa y fueron mis ojos y un movimiento de las cejas, las que le preguntaron a qué se refería. Entonces tomó su celular y me pidió mi nombre y mi número. Se lo di sin resistencia, otra vez esa sensación de hipnotismo al verlo, olerlo y escucharlo. Al terminar de anotarlo sus ojos se detuvieron en los míos, para decirme que me hablaría más tarde, al cerrar, como a las nueve, que si nos tomábamos algo en lo que me seguía platicando sobre algunos productos imprescindibles. Sonrió sinceramente ayudándome a poner el abrigo, se acercó y pude olerlo de nuevo y mi respuesta fue que esperaría su llamada.
Con temblor de piernas y el corazón acelerado, salí a la calle, el aire helado me situó nuevamente a la realidad, era 23 de diciembre, mi padre necesitaba un regalo y yo me creía protagonista de una pseudoerótica escena de cine de bajo presupuesto. Sonreí mientras acomodaba mis guantes, me sentía a gusto, como hacia tiempo.
Me detuve frente al escaparate, tenía las últimas novedades expuestas con gusto, clasificadas por autores de diferentes procedencias. Un libro, ese sería un mejor regalo, menos rompedor eso si, pero así somos en mi familia, aburridos, previsibles. Entré relajada, ahí nada excitante ni turbador podía ocurrirme. La librería olía a madera e incienso, la iluminación era agradable, la temperatura elevada. Me dirigí a la sección de biografías y enseguida noté una presencia seguida de una voz harmoniosa a mi lado. ¿Buscas algo para regalar? me preguntó, y al voltear noté su mirada en mis labios y un sonrisa estimulante me recibió, si quieres puedo ayudarte, prosiguió, y empezó a quitarme la bufanda, tenia las manos bonitas, delicadas, admiro a los hombres con esas manos. Salí de la Librería con una invitación para desayunar al día siguiente y sin ningún libro para mi padre. Mientras caminaba hacia el carro con una sonrisa, sonó el celular, contesté, hola soy Jan, ¿dónde nos vemos?