martes, 8 de diciembre de 2009

LA ENTREGA

Eran tantos sus deseos de escribir, su cabeza estaba pletòrica de ideas, de recuerdos, habia sabido escuchar tantas cosas, que desbordaba su deseo de contarlas.
Sin embargo sus manos no daban para mas, querían volar sobre el teclado y éste se le resistía. Los puntos y las comas hacían su pura voluntad y se ponían uno tras otro, en lugar de uno sobre el otro como debería ser.
Luchaba con los malditos puntos, a veces eran demasiados, a veces no se presentaban.
Por lo general los puntos finales eran los que parecían no existir.
¿Cómo pasar a sus manos la vida que transparentaban sus ojos? Haber escuchado la había vuelto muy sensible, pero de la manera correcta, no como el maldito teclado también sensible, pero mal, hacía que se equivocara poniendo ocho puntos suspensivos en lugar de sólo tres.
- A ver- le decía en voz alta sentándose frente a el – hoy vas a hacer lo que yo quiera.
Ponía paréntesis donde podían ir comas, no daba espacios donde a ella se le ocurría, el teclado se negaba.
Las historias de sus abuelos pugnaban por salir de ella a través de sus dedos, lo cual la obligó a pensar seriamente como domar aquel teclado rebelde.
Comenzó poco a poco, tecla por tecla, letra por letra con la paciencia adquirida en su trabajo de maestra .
Sufría al mismo tiempo que disfrutaba pensando en los relatos futuros, ya no tendría que almacenarlos en la memoria, sino que ahora estarían ordenados y en blanco y negro para disfrute de otros, no sòlo para si misma.
Un día descubrió que junto con las lágrimas al recordar el relato del matrimonio de su abuela, salían las palabras perfectamente escritas y puntuadas, pensó “ condenada máquina, quiere decir que necesitas mi llanto”.
Pasaron unos meses y ella seguía con su propósito de dar vida a las historias de los abuelos, en esa ocasión tratando de escribir, comenzó a reír a carcajadas por una anécdota que recordaba del abuelo, inmediatamente empezó a pasarla al teclado. . . ni una falta de ortografía, todas las comas correctas, paréntesis acomodados donde debían y pensó: “máquina condenada, quiere decir que necesitas mi risa”.
La vida de los abuelos, la de sus padres, la de sus hermanas , la de sus hijos fueron pasando por todo su cuerpo, temblaba de miedo, reía, lloraba, recordaba fielmente las cosas ocurridas en su familia, sus dedos empezaron a ser ríos de letras vertidas en aquel teclado que la hizo sufrir tanto, siempre de una manera impecable y por fin un día le habló muy seriamente a la máquina: Querida mia, ya lo lograste, te he dado mi llanto, mi risa toda mi vida y la has vuelto prosa, no te dejaré nunca y te pido que tù por favor, no me dejes a mi, ayúdame a seguir siendo escritora por el resto de mi vida.
La computadora pareciò sonreir, el teclado cediò y se entregó para siempre.

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