viernes, 4 de diciembre de 2009

Compras de Navidad


El regalo que más me costaba elegir era el de mi papá. Ya había pasado por las corbatas, perfumes, carteras, paraguas, bufandas y cajas de herramientas. Este año iba a romper esquemas, tenia ganas de divertirme y porqué no, causar un poco de alboroto en mi aburrida familia, además de vengarme de esa extraña coincidencia de que mi padre, siempre me tocara en el sorteo del amigo invisible familiar.
El escaparate no tenia nada de sórdido, los artículos estaban presentados dentro de gorros de Papá Noel, encima de estrellas doradas o saliendo de cajas de regalos entre esferas navideñas y nieve artificial, la iluminación de un rojo intenso era el único detalle que podía reflejar, que aquel era un escaparate pecaminoso y que podía llevarte directo al infierno. Al entrar sentí la calefacción como un golpe en contraste con el frío del exterior. Me quité los guantes, la bufanda y el abrigo. Se me acercó enseguida un muchacho que supuse era el que atendía. Lo primero que recibí fue su perfume, fino, exquisito, con la cantidad justa para no pasar desapercibido y no molestar, admiro a los hombres que tiene esa medida precisa. Sus ojos se detuvieron en mis labios y antes de incomodarme, los apartó, mientras me decía que el guardaba mi ropa para que estuviera más cómoda.
Le sonreí al entregarle mi ropa de abrigó como hipnotizada, se la llevó a un colgador cercano, con un gesto me indicó que ahí iba a estar segura. Deseaba que fuera él el que me acompañara en mi recorrido por esos mostradores repletos de maquinitas ingeniosas y desconocidas. Y mi deseo, como les ocurre a todas las niñas buenas y más en Navidad, se cumplió. En pocos segundos se acercó ahora para abrir su boca de labios carnosos y decirme que estaba ahí para ayudarme en lo que necesitara, con una sonrisa entre inocente e incitadora, que resultaba irresistible.
La chica que también atendía la sexschop me guiñó un ojo cuando pasé por el mostrador que ocupaba y me dijo que estaba en buenas manos, que Jan conocía todos los artículos y cual podía acomodarse a mis necesidades. Sonreí y miré a Jan, sin poder dejar de fijarme en su pelo, con ganas de tocarlo, olerlo, acercarlo a mi rostro para hundirme en él. Para distraer mi atención y desviar mis pensamientos, le dije que buscaba un regalo para el amigo invisible navideño, y que el destinatario era mi papá.
Por respuesta recibí una amplia carcajada y después un pequeño suspiro que pude advertir como un reflejo de nerviosismo. Pero enseguida retomó su papel de dependiente servicial y experimentado y empezó a abrir una vitrina repleta de frascos, tubos y cajitas. Fue sacando un surtido muy completo de aceites, lubricantes, potenciadores y estimulantes. Mientras los enumeraba y recitaba con gracia, ingredientes, indicaciones y reacciones, sus manos parecían pasearse con toda esa suerte de líquidos primero por mis senos, bajando por mi barriga, penetrando en mi ombligo y deslizándose cuidadosas y diestras hasta llegar a mi pubis. Entonces dejó los líquidos y noté al desplazarme a un mostrador más retirado, que estos habían causado efecto en mi.
Ahora sonreía y jugaba, mientras hablaba con propiedad y una pizca de humor, sobre juguetitos con forma de submarinos, patitos con resortes y pilas, y el clásico anillo vibrador que prendió y colocó con suavidad en su dedo índice. Me guiñó un ojo antes de quitárselo y entonces me dijo, que lo disculpara, que había visto prenderse la luz verde de una cabina y debía atender al usuario. Al pasar junto a mi me rozó con su pelo y casi me tambaleo entre el calor, el olor y la excitación. Me puse a ver el resto de juguetes y artefactos que aún me quedaban por descubrir y en eso sentí un nuevo perfume. La muchacha que me saludó al entrar, fue la que ahora estaba junto a mí, preguntándome si ya estaba decidida. Titubeé un poco y conseguí decirle que esperaría a Jan. Como quieras, fue su respuesta, pero puede tardar, está muy solicitado.
De repente sentí como si todo se desvaneciera, un golpe de realidad con olor a ambientador barato me devolvió a las vísperas de Navidad, en una sexschop ordinaria de barrio periférico, con moqueta gastada. Aquí no iba a encontrar lo que estaba buscando y menos un regalo para mi padre, ¿a qué estaba jugando? Ya estaba mayorcita para andar con fantasías, buscando retos y provocando absurdas reacciones.
Me dirigí al ropero y cuando estaba agarrando la bufanda, sentí su mano en la nuca, acomodándola con cuidado. Me retiró el pelo y luego se paró frente a mí, con mi gorro en sus manos a punto de ponérmelo. Quise quitarle el gorro, me sentía ridícula de repente, pero sus manos tomaron las mías con energía al tiempo que decía, no te asustes, estas cosas a veces ocurren y más en Navidad. Me reí nerviosa y fueron mis ojos y un movimiento de las cejas, las que le preguntaron a qué se refería. Entonces tomó su celular y me pidió mi nombre y mi número. Se lo di sin resistencia, otra vez esa sensación de hipnotismo al verlo, olerlo y escucharlo. Al terminar de anotarlo sus ojos se detuvieron en los míos, para decirme que me hablaría más tarde, al cerrar, como a las nueve, que si nos tomábamos algo en lo que me seguía platicando sobre algunos productos imprescindibles. Sonrió sinceramente ayudándome a poner el abrigo, se acercó y pude olerlo de nuevo y mi respuesta fue que esperaría su llamada.
Con temblor de piernas y el corazón acelerado, salí a la calle, el aire helado me situó nuevamente a la realidad, era 23 de diciembre, mi padre necesitaba un regalo y yo me creía protagonista de una pseudoerótica escena de cine de bajo presupuesto. Sonreí mientras acomodaba mis guantes, me sentía a gusto, como hacia tiempo.
Me detuve frente al escaparate, tenía las últimas novedades expuestas con gusto, clasificadas por autores de diferentes procedencias. Un libro, ese sería un mejor regalo, menos rompedor eso si, pero así somos en mi familia, aburridos, previsibles. Entré relajada, ahí nada excitante ni turbador podía ocurrirme. La librería olía a madera e incienso, la iluminación era agradable, la temperatura elevada. Me dirigí a la sección de biografías y enseguida noté una presencia seguida de una voz harmoniosa a mi lado. ¿Buscas algo para regalar? me preguntó, y al voltear noté su mirada en mis labios y un sonrisa estimulante me recibió, si quieres puedo ayudarte, prosiguió, y empezó a quitarme la bufanda, tenia las manos bonitas, delicadas, admiro a los hombres con esas manos. Salí de la Librería con una invitación para desayunar al día siguiente y sin ningún libro para mi padre. Mientras caminaba hacia el carro con una sonrisa, sonó el celular, contesté, hola soy Jan, ¿dónde nos vemos?

1 comentario:

Anónimo dijo...

Buscaba un regalo??? pero se fue a buscarlo siendo luna llena, hermosa y viendo a todos los hombres hermosos jeje
imagine todas las escenas y todos los olores me gusto mucho.
veronica