
La primera vez que lo vi se montó en mi zapato, me miró con sus ojos café, profundos, penetrantes y me enamoré de él sin remedio.
Era una tarde fría de febrero de hace seis años, enseguida fue bautizado por uninamidad, BOLA, en honor a una película: EL BOLA y a su tamaño y volumen, una bolita de carne y pelo adorable que no paraba de mover su colita. En mis planes no estaba querer, cuidar y educar un perro, mi estabilidad profesional, física y emocional jugaban en contra de tanta responsabilidad, pero una vez más el corazón pudo más que qualquier razón y empezó a compartir con este animal, casa, carro, tardes, noches y carreteras.
La suerte y puede que tambien el destino, hizo que cambiara de casa, de vida, de continente. Mi corazón se quedó con el BOLA hace 3 años cuando tuve que separarme por un largo periodo de este canino maniático, listo y adictivo. Mi corazón sigue a su lado, la convivencia en estos meses en que vuelvo a ejercer de catalana, a vuelto a unirnos y atraparnos. Faltan solo unos días para que vuelva a separarme de él y ya lo extraño, algunos asuntos burocráticos y circumstancias vitales me impiden tenerlo cerca por unos meses. Ahí lo he dejado encargado, no está fácil, quien va a quererlo, entenderlo, soportarlo como yo???
¿Habeis compartido alguna vez la vida con un perro? Entonces sabeis de lo que hablo. De amor incondicional, de fidelidad, de irracionalidad, de amor animal.