jueves, 11 de marzo de 2010

Besos de bruja


Una buena gripa te da y te quita algunas cosas, a mi me daba muchas más que me quitaba. Si es cierto que mis facultades olfativas, que eran y siguen siendo espléndidas, debido al tamaño generoso de mi nariz, desaparecían en ese periodo enfermizo, aún con la cabeza embotada, los oídos obturados y casi todos los sentidos minimizados, estar en cama en mi infancia era todo un placer, sintiendo la vida con ese séptimo sentido que se despertaba, al dormirse los demás con la fiebre.

Escuchaba el rumor de sus pasos, con la frente empapada en sudor y el cuerpo adolorido, y sabía que era la hora de la merienda. Lo mejor de estar enferma eran las meriendas de cuentos de mi abuela.
El menú preparado minuciosamente, consistía en un huevo “pasado por agua”, recién salido de un cazo hirviendo, al que mi abuela con gran habilidad, daba unos golpes con la cuchara, para romper la cáscara y hacer que me lo comiera entre quejas, ya que la textura de este, me producía un escalofrío.
Pero los ojos de mi abuela clavados en los míos, empezaban a hilar la historia oportuna del origen del huevo, que llegaba hasta mi boca con todas las propiedades para curarme.

Después del huevo y su correspondiente historia, llegaba el ungüento que con mágica receta heredada, mi abuela untaba en mi pecho. Por enésima vez y tras mi insistencia, recitaba los componentes de tan milagrosa cataplasma, la canción que entonaba al hacerlo, me excitaba por igual que el fuerte aroma que desprendía.
“Piel de serpiente, cola de res, flor manzanilla, hongo sin piés, hierbas de espino, raíz de comino, todo mezclado con lodo orinado de un sapo gigante, que dormirá a tu lado si a los días no te has curado”!
La imagen de ese sapo al lado de mi cama, me sobresaltaba y mi abuela terminaba su masaje a tiempo para recibir mi abrazo de risa nerviosa y miedos infantiles.
Desfilaban después todos los personajes de tan misteriosa receta, con sus orígenes, destinos y emocionantes peripecias.

Los relatos de mi abuela, como su vida, siempre iban bañados de ficción, pero la realidad siempre tan imponente y sorprendente, ponían suspense, dramatismo o grandes dosis de ironía, a todas las tramas que de ella escuché.

Pero aún hoy, cuando cierro los ojos y la veo sentada junto a mi cama, tejiendo y contando, el cuento que recuerdo más me fascinaba de su vasto repertorio, era el sádico, “La niña sin brazos”. Una historia al más puro estilo “hard-core”, que mi abuela relataba con todo lujo de detalles. Las peripecias de una niña maltratada por su madrastra y que por castigo divino perdía los dos brazos, pero su infinita paciencia y bondad la hacían feliz y afortunada al final de su tortuosa vida.

La crueldad de esa historia no era justificada por mi abuela, se limitaba a darme los detalles que yo pedía y el tono trágico preciso que requería, no había más intención aparente que la de contar un cuento, que según ella, no tenía ningún parecido con la realidad. Más tarde adiviné que el mensaje de sacrificio del cuento, mucho tenía que ver con la vida de renuncias de mi abuela.
 
Pero lo terrible, no era la mutilación de la protagonista de mi historia favorita, sino cuando mi abuela después de su: …y este cuento se ha acabado, se despedía de mi, para atender sus otros quehaceres mundanos.
La cena para mi abuelo que nunca la escuchó y el resto de una familia que no la entendían, la esperaba lejos de mi cuarto cargado de mitos, recetas y sueños secretos.

Sus labios en mi frente para medir la temperatura y regalarme uno de sus múltiples besos que me fortalecían, es lo penúltimo que recuerdo de esas veladas gripales.
Lo último, la silueta de su nariz en la penumbra de mi cuarto moviéndose ávidamente para olfatearlo. Después de un par de profundas inhalaciones que el vasto tamaño de su nariz le permitían, allá en el umbral de la puerta al mundo real, me decía: “Mi nariz ya se llevó todo lo que te enferma, para que no duerma el sapo mañana al lado de tu cama”.

Perdí la receta del ungüento mágico, no sé tejer, tampoco soy buena para preparar cena a los que no  escuchan.
Pero sigo disfrutando historias de terror macabro, me encanta inventar cuentos que pueden curar, y reconciliada con la forma y tamaño de mi nariz, ahora que ya superé la adolescencia, esta, es la mejor herencia de esa abuela, que ejercía conmigo su oficio de bruja buena.

Para mi abuela, in memoriam. 

Recuerdo de la infancia
Rosa Vilà Font
Marzo 2008

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Hermoso, recuerdo, hermosa abuela, me encanta, sabes imagino toda la escena, a ti en la cama y la silueta de tu abuela olfateando al salir del cuarto.
verónica

Unknown dijo...

Gràcies per escriure i gràcies per ser com ets. M'he emocionat i he recordat la teva àvia que tant vaig estimar i de la que tan estimada em vaig sentir. T'estimo.
Núria R.

Anónimo dijo...

Gracies pel comentari, s'agraeix que et llegeixin, si es a més de dotze mil kilometres de distancia encara mes.
Aquesta es una bona forma d'expressió, una gran manera de comunicar-se amb els que hi son, amb els que ja no, amb els qui sembla que no hi siguin, porta moltes bones sorpreses.
Una abracada!
rosa