lunes, 12 de abril de 2010

Des-esperada

Como siempre llegó puntual a la junta, no podía evitarlo. Después de los 13 minutos de espera, que anotó en su cuadernito, todos estaban sentados  alrededor de la mesa. Esa cifra pasaba a formar parte de la suma de su tiempo esperado y/o perdido, la cantidad añadida ese día le dio una cifra redonda, oportuna para ser celebrada. En total sumaban 20 mil los minutos que había esperado hasta ese momento.
Esa cifra empezó a cosquillear su atención, pero no consiguió acapararla  totalmente, podía seguir la rutinaria reunión, apartar la mano del editor que le rozaba la rodilla por debajo de la mesa, preguntar por la mujer enferma del supervisor y aceptar con agrado los elogios por su último artículo, mientras pensaba en Ramón. 
Ramón le debía 639 minutos perdidos inútilmente en intentos por conquistar su paladar y su corazón. De ese tiempo, recordó algunos halagos por parte de él, sobre su savoirfaire culinario y su elocuente conversación, y  su última cita en la que le dijo como frase de despedida: gracias por tu paciencia,  te mereces algo mejor, mientras de puntitas le besaba la mejilla. Ahora que lo recuerda, no sabe cómo pudo llegarle a gustar ese aburrido con pretensiones de intelectual y demasiado bajito.
Sonó el celular del jefe que interrumpió su discurso repetitivo y altanero para contestar. Discusión familiar en junta. Cinco minutos después se reanudó la sesión, con incomodidad por parte de todos menos del jefe, al que parecían gustarle esas riñas familiares en comunión. Mientras le servía café, pensó en los más de 1000 minutos que éste le debía. Minutos en el teléfono, minutos en la computadora, minutos en el carro, minutos en la regadera, minutos, muchos, en espera de una erección. Antes de terminar con ella para reemplazarla por su nueva secretaria, le dijo: Me has tenido mucha paciencia, te lo agradezco, te mereces lo mejor. La junta se alargó por más de una hora y 45 minutos, de ellos, 20 se fueron en interrupciones inadecuadas, comentarios absurdos y chistes gastados, pero esta vez no los apuntó en el cuaderno de los minutos perdidos, los utilizó en pensar en Yolanda, Ismael, Javier y José.
Les dedicó 5 minutos a cada uno, durante el tiempo perdido de la junta. Yolanda se llevaba la palma de oro en minutos de espera, eran 3110 los minutos que le había robado. Pensó en los de las puertas de los cines, en los de la búsqueda de estacionamiento, en los de los amantes compartidos. Ismael le debía otros 1100, para llegar al trabajo la mayoría. Javier y José se repartían unos 10.000, la mayoría minutos de indecisiones, de esperas con engaños, de búsquedas de yogures en el refrigerador, minutos de espera en estaciones y en vacaciones.
Todos y cada uno de esos morosos de su tiempo, la habían convertido en una persona paciente. Todos valoraban y elogiaban su paciencia como una de sus mayores virtudes. Ni una vez presenciaron un estallido de cólera, un reclamo, una sombra de desesperación.

Los veinte mil minutos lo acompañaron durante el día, en el que esperó a su profesor de yoga, en la espera del autobús y mientras esperaba que su perro hiciera sus necesidades nocturnas. Pero esa noche los minutos  perdidos del día, no quedaron anotados en la fila de la derecha del cuaderno. 
Esa noche en sueños visitó a Ramón, el cineasta engreído, para reclamarle tantos platos exóticos y suspiros desperdiciados. Pasó por el trabajo de Ismael, pero para variar no había llegado, le dejó una nota: Que bueno que ya no te espero, jodido! Javier y José estaban divagando juntos en el sueño, les estampó un yogur en la cara a cada uno.
Por la mañana se sentía renovada, y sintió la necesidad de hablarle a Yolanda para decirle como odiaba perderse todos los trailers cuando iban al cine y que esa tarde no la esperaría ni un minuto para ir a la playa. En el trabajo, interrumpió con naturalidad y precisión la cotidiana  llamada violenta de su jefe, argumentando su inoportunidad, comentario que su jefe tomó como muy acertado y pidió disculpas. Al salir de la sala de juntas, en vez de contar los minutos que el editor tardaría en rozarla, le estampó una bofetada mientras éste le agarraba las nalgas.
Ahora Eric, su flamante amante, le agradece su sinceridad cuando le reclama su tardanza en el baño y en otras íntimas situaciones. Yolanda ya no se hace esperar tanto, sabe que a ella le molesta hacerlo. Ya no lleva la cuenta del tiempo que hace  que es más impuntual,  más natural, y sí, menos paciente. 

Texto de la presentación:  7 virtudes no capitales. (La paciencia)

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