miércoles, 27 de abril de 2011

Sobre la disciplina y los problemas

Algunos hemos aprendido a asociar la disciplina con conceptos tan negativos como rigidez, control, aburrimiento, o incluso violencia. Me gusta la idea de que la disciplina sea, entre otros elementos, un distintivo de amor, aunque me sigue costando un enorme trabajo aplicarla a los diferentes campos de mi vida. Aquí les comparto este que es uno de mis textos favoritos sobre la disciplina y la vida en general.

La disciplina es el instrumento básico que necesitamos para resolver los problemas de la vida. Sin disciplina no podemos resolver nada. Con sólo un poco de disciplina podemos resolver únicamente algunos problemas. Con una disciplina total podemos resolver todos los problemas. M. Scott Peck.

La vida es difícil. Ésta es una gran verdad, una de las más grandes. Es una gran verdad porque una vez que la comprendemos realmente, la trascendemos. Cuando realmente nos damos cuenta de que la vida es difícil -una vez que lo hemos comprendido y aceptado verdaderamente así- la vida ya no resulta difícil. Porque una vez que se aceptó aquella verdad, el hecho de que la vida sea difícil ya no importa. La mayor parte de la gente no comprende cabalmente esta verdad de que la vida sea difícil. En cambio, no deja de lamentarse ruidosa o delicadamente de la enormidad de sus propios problemas, de la carga que ellos representan y de todas sus dificultades como si la vida fuera en general una aventura fácil, como si la vida debiera ser fácil. La vida es una serie de problemas. ¿Hemos de lamentamos de ellos o resolverlos? ¿No deseamos enseñar a nuestros hijos a resolverlos? La disciplina es el instrumento básico que necesitamos para resolver los problemas de la vida. Sin disciplina no podemos resolver nada. Con sólo un poco de disciplina podemos resolver únicamente algunos problemas. Con una disciplina total podemos resolver todos los problemas. Lo que hace la vida dificultosa es el hecho de que el proceso de afrontar y resolver problemas es un proceso penoso. Los problemas, según su naturaleza, suscitan en nosotros frustración o dolor o tristeza o sensación de soledad o culpabilidad o arrepentimiento o cólera o miedo o angustia o ansiedad o desesperación. Éstas son sensaciones desagradables, a menudo muy desagradables, a veces tan penosas como cualquier dolor físico, y a veces igualan a los peores dolores físicos. Ciertamente, a causa del dolor que los acontecimientos o conflictos provocan en nosotros, los llamamos problemas. Y como la vida plantea una interminable serie de problemas, siempre es dificultosa y está tan llena de dolores como de alegrías. Sin embargo, la vida cobra su sentido precisamente en este proceso de afrontar y resolver problemas. Los problemas hacen que distingamos agudamente entre éxito y fracaso. Los problemas fomentan nuestro coraje y nuestra sabiduría; más aún, crean nuestro coraje y nuestra sabiduría. Sólo a causa de los problemas crecemos mental y espiritualmente. Cuando deseamos alentar el desarrollo y el crecimiento del espíritu humano, lanzamos un desafío a la capacidad del hombre para resolver problemas, así como en la escuela deliberadamente proponemos problemas a los niños para que los resuelvan. Por el dolor, que supone afrontar y resolver problemas, aprendemos. Como dijo Benjamín Franklin: “Aquellas cosas que lastiman instruyen “. Por eso las personas sabias aprenden a no temer los problemas, sino que por el contrario los acogen de buen grado así como aceptan los dolores inherentes a los problemas. La mayor parte de nosotros no es tan sabia. Como tememos el dolor, casi todos, en mayor o menor medida, procuramos evitar los problemas. Diferimos su consideración, con la esperanza de que desaparezcan. Los ignoramos, los olvidamos, pretendemos que no existen. Hasta tomamos drogas para que nos ayuden a ignorarlos, pues al embotar nuestra conciencia del dolor podemos olvidar los problemas que los causan. Intentamos eludir todos los problemas en lugar de afrontarlos directamente. Procuramos eludirlos para evitarnos sufrimientos. Esta tendencia a eludir los problemas y los sufrimientos inherentes a ellos es la base primaria de toda enfermedad mental. Como los más de nosotros tenemos esa tendencia en mayor o menor. La primera de las “cuatro nobles verdades” que enseñó Buda fue “La vida es sufrimiento”. La mayoría de nosotros estamos mentalmente enfermos en mayor o menor grado, es decir, no gozamos de una, salud mental completa. Algunos vamos tan extraordinariamente lejos en nuestro empeño de evitar los problemas y los sufrimientos que ellos causan que nos alejamos mucho de todo cuanto es claramente bueno y sensato a fin de tratar de encontrar una manera fácil y, así, forjamos las más elaboradas fantasías a veces con total exclusión de la realidad. Digámoslo con las breves y elegantes palabras de Carl Jung: “La neurosis es siempre un sustituto de genuinos sufrimientos” Pero el sustituto termina por convertirse en algo más penoso que el sufrimiento legítimo que el que debía evitar. La neurosis misma se convierte en el máximo problema. Muchos intentan entonces evitar ese dolor y ese problema colocando capa tras capa de neurosis. Afortunadamente sin embargo algunos tienen el valor de hacer frente a sus neurosis y comienzan a aprender -generalmente con la ayuda de la psicoterapia- el modo de experimentar el sufrimiento genuino. En todo caso, cuando eludimos el sufrimiento genuino que resulta de afrontar problemas, nos privamos también de la posibilidad de crecimiento que los problemas nos ofrecen. Por eso, en las enfermedades mentales crónicas, se detiene nuestro proceso de crecimiento y quedamos atascados. Y, sin una cura el espíritu humano comienza a encogerse y a marchitarse. Por eso debemos inculcar en nosotros y en nuestros hijos los medios de alcanzar la salud mental y espiritual. Quiero decir con esto que debemos enseñarnos a nosotros mismos y enseñar a nuestros hijos la necesidad de sufrir y el valor que ello tiene, la necesidad de afrontar directamente los problemas y de experimentar el dolor que ellos nos acarrean. Dije que la disciplina es el instrumento fundamental que necesitamos para resolver los problemas de la vida. Como veremos, este instrumento comprende varias técnicas de sufrimiento, medios en virtud de los cuales experimentamos el dolor de los problemas de manera tal que los penetramos con esfuerzo y terminamos por resolverlos; éste es un proceso de aprendizaje y crecimiento. Cuando enseñamos la disciplina (a nosotros mismos o a nuestros hijos) nos estamos enseñando y les estamos enseñando a ellos la manera de sufrir y también la manera de desarrollarnos y crecer. ¿Cuáles son estos instrumentos, esas técnicas de sufrimiento, esos medios de experimentar el dolor de los problemas de modo constructivo, eso que yo llamo disciplina? Hay cuatro: postergación de la gratificación, aceptación de la responsabilidad, dedicación a la verdad y equilibrio. Según habremos de ver, éstos no son instrumentos complejos cuya aplicación exija gran entrenamiento. Por el contrario, son instrumentos simples y casi todos los niños ya los utilizan a los diez años de edad. Sin embargo, reyes y presidentes a menudo se olvidan de usarlos con gran detrimento para ellos. La cuestión es, no la complejidad de tales instrumentos, sino la voluntad de utilizarlos. En efecto, se trata de instrumentos con los cuales se afronta el dolor en lugar de evitarlo, de suerte que si uno procura eludir los sufrimientos legítimos, no hará uso de estos instrumentos. Por eso, después de analizarlos uno por uno en la sección siguiente, consideraremos la voluntad de usarlos, que es el amor.

The Road Less Traveled, M. Scott Peck.

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